Imposible negarlo: fue lindo mientras duró. Codearse con las grandes selecciones en el Mundial, percibir el respeto de los rivales, el reconocimiento de la prensa internacional y la sensación de que en cualquier cancha eras competitivo es parte del pasado.
Chile no clasificó al Mundial de Qatar 2022 y cuando usted lea este editorial con seguridad estará enrabiado, con un dejo de tristeza o con ambos sentimientos, después de enterarse del sorteo y constatar con dolor que no estamos en la fiesta. Se hicieron méritos de sobra para quedar fuera.
Inconsistencia en la toma de decisiones, cantinfleos directivos y, ante todo, el desgaste natural del núcleo de futbolistas que marcó estos 15 años enormes de la selección chilena.
Es necesario iniciar el camino por el desierto, tal como se recorrió desde 2007, cuando Marcelo Bielsa remeció un medio ensimismado y a partir de la fórmula de entrenamiento al máximo nivel más competencia (el calendario de la FIFA lo permitía, hoy eso es casi imposible) se edificó un equipo que se sostuvo por más de una década y coronó dos presencias consecutivas en un Mundial.
Elegir el hombre adecuado es fundamental, pero se requiere una estructura mínima para avanzar. Si alguien pensó en un interinato, hasta el cambio de directiva de noviembre, es un disparate, pero además la ratificación de la necesidad de separar la ANFP de la federación.
El fútbol chileno atraviesa por una crisis severa de confianza, enfrenta contingencias económicas y financieras feroces por la porfía del Consejo de Presidentes y la torpeza de su mesa directiva, pero ante todo exhibe carencia de respuestas para el momento.
La denuncia de Tribuna Andes, sobre la presión indebida al VAR en el duelo de revancha por la promoción entre Huachipato y Deportes Copiapó, no registró ninguna respuesta pública.
Nos enteramos por El Mercurio que el oficial de cumplimiento tomaba el asunto, pero nada más. La crisis del referato, con una huelga en el horizonte, no tiene parangón en la historia moderna de la actividad.
En las últimas semanas asistimos con estupor al W.O. de cuatro partidos en la Copa Chile. Inaudito. Más aún cuando el torneo tiene auspiciadores y televisión.
En este descrédito, ya se tornó un lugar común no saber quiénes son los dueños de los clubes y que los empresarios de los futbolistas estén en los dos lados del mostrador: son propietarios o administradores de las instituciones y representantes de los jugadores y entrenadores.
A pesar del sombrío panorama, el fútbol siempre otorga una luz. Viene la Copa Libertadores y la tómbola no pareció tan cruel. En la Sudamericana es difícil ser optimista. En la mirada de jugadores menores de 25 años, se aprecia madera para tallar un proyecto ambicioso, pero se requiere convicción, transparencia y decencia.
Hoy se habla, sin confirmar, que para ponerse la Roja en cualquier división es necesario pertenecer a un corral de contratistas.
Si es así, cerremos por fuera.